Y tú, ¿te emocionas o trabajas? | NTT DATA

ju., 11 abril 2019

Y tú, ¿te emocionas o trabajas?

En el  ámbito del coaching es frecuente escuchar que te llegan los clientes que más necesitas. Así que, cuando me encuentro en un mismo día con tres temas del tipo “no quiero que se note mi enfado en la oficina”, “me gustaría ser menos expresiva ya que todo el mundo sabe lo que siento” y “no deseo que la situación personal que estoy atravesando impacte en mi rendimiento”, no puedo evitar pensar en cuál es el mensaje.

Por tanto, he desempolvado mis archivos, y el resultado es que un veinte por ciento de los aproximadamente cien clientes de coaching que he tenido, han recurrido a mí al menos una vez con este tipo de preocupaciones o, incluso con objetivos como estos para todo su proceso de coaching. En general, cuando profundizo con ellos en cuál es la verdadera razón, me encuentro con que están asustados, avergonzados y/o preocupados por el posible impacto negativo de mostrar sus emociones en la oficina.

Resulta curioso cómo en un mundo en el que intentamos humanizar a las máquinas, estamos pidiendo a  los profesionales que sean menos emocionales en un lugar en el que pasan, al menos, un tercio de sus vidas. No me extrañaría que al final prevaleciesen las máquinas sobre los humanos si seguimos en esta dirección.

Hoy en día las emociones no son un tabú. Todo el mundo sabe que son respuestas naturales y que tienen un rol clave en las interacciones humanas. Se ha avanzado mucho en la mejora de nuestro lenguaje emocional y en la divulgación de la inteligencia emocional en el lugar de trabajo. Las emociones están de moda, lo que explica el rotundo éxito de los emoticonos. ¿Puedes imaginar una conversación de whatsapp sin ellos ? 

Sin embargo, es llamativo que de esta centena de clientes con los que he trabajado, nadie se haya planteado que necesita ayuda para reírse menos, o para disminuir su excitación ante un buen resultado o un proyecto vendido. Nadie. Normalmente las emociones a minimizar son el enfado, la ira o la tristeza, especialmente en cuanto a sus manifestaciones externas. No se trata de enfadarse menos, sino de que no se perciba. Llorar cuando algo nos asusta o nos entristece es igual de natural que reírnos cuando algo nos hace gracia.  Es simplemente nuestra respuesta ante un estímulo externo. Y sí, todos conocemos la teoría, pero nuestro entorno solo fomenta o incluso permite una pequeña parte de nuestras expresiones emocionales. La agradable. La que es fácil de llevar. La que contagia buen ambiente.

Esto me lleva a preguntarme si estamos haciendo sólo la mitad del trabajo cuando hablamos de expresar y gestionar emociones en la oficina. ¿Cuánto hablamos de normalizar, cuánto ayudamos a las personas a  convivir con las emociones de sus compañeros, jefes, clientes, equipos, además de con las suyas? Tal vez este sea el siguiente paso.

 

¿Estamos preparados para ver llorar a alguien en el trabajo?

Es cierto que no siempre resulta fácil compartir espacio con alguien que está enfadado, triste o asustado. Y menos en el ámbito de la consultoría. En este mundo en el que tenemos que resolver los problemas casi antes de que aparezcan resulta complicado darnos cuenta de que no tenemos que “solucionar” a los otros. No tenemos que arreglar sus problemas. No tenemos que culparlos por sentirse así, y no tenemos que abrazar a alguien que llora para ver si deja de llorar y de hacernos sentir incómodos. Tal vez sea más sencillo que eso. Tal vez, simplemente se trate de ser humanos y estar con nuestros iguales, sin arreglar, sin cambiar nada, dejando espacio para que el otro pueda expresar su emoción, y tratando de ponernos en su situación para acompañarlos desde ahí. Cuando estamos ante una expresión emocional de alguien que nos hace sentir incómodos, la cosa va mucho más de ser o estar, que de hacer. Así de sencillo y así de difícil. El problema es que esto no lo enseñan en los colegios. ¿O sí?

La película “Sonrisas y lágrimas” nos proporciona una excelente metáfora para esta situación. Imaginemos a la hermana María diciéndole a los hijos del Capitán Von Trapp: “existe una cosa que se llama música. Es maravillosa, se trata de combinar siete notas y es una delicia poder componer y escuchar las melodías que salen de estas combinaciones. Ahora bien, por favor, no cantéis ni toquéis en público, ya que podéis desafinar o molestar al resto de personas o, tal vez vuestra voz no sea bonita. Si queréis, podéis cantar mentalmente. Pero que nadie os escuche”. Mucho me temo que esta trama que no incluye a los niños cantando a pleno pulmón por las calles de Salzburgo no le habría dado muchos Óscar a Robert Wise. ¿Tal vez estés sonriendo ahora? ¡Bien! ¡Felicidades, eres humano!

Dejemos (no sin pena) las preciosas montañas de Austria y volvamos a la oficina. Entonces, ¿estamos diciendo que una vez traspasamos el umbral de la oficina, podemos cantar la canción en nuestras cabezas, siempre y cuando el mundo no se entere, no sea que vayamos a molestar? Creo que, en cierto modo, la situación actual en las empresas es esta. Lo políticamente correcto es que no se note que algo sucede, que es lo que me pide uno de cada cinco clientes. Creo que nos queda mucho camino hasta que podamos expresarnos como seres humanos y, especialmente, hasta que aprendamos a sostener otras emociones “a pleno pulmón”.

Afortunadamente, igual que los Von Trapp encontraron su camino, también hay esperanza para la expresión de las emociones en el trabajo. Según un estudio realizado a más de 2.200 CFO’s, parece ser que con la edad y la madurez profesional nos hacemos más conscientes de la necesidad de permitir la expresión emocional en la jornada laboral. Tal vez, también en este caso, el diablo sabe más por viejo que por diablo.

Personalmente, mi talón de Aquiles es el enfado. Me enfado antes de darme cuenta de que me he enfadado. Por eso llegan a mí clientes que no quieren enfadarse, para que yo aprenda con ellos, y ellos conmigo. Y también me cuesta convivir con el miedo de otras personas, tal vez por si se despierta el mío, al que tengo escondido bajo varias mantas de valentía de diferentes grosores y colores. Si además hablamos de altos ejecutivos cuyo miedo impacta en su entorno, mi dificultad para estar con ese miedo aumenta exponencialmente. Cuando esto sucede mi reacción pasa por pensar “no hay derecho a que tantas personas sufran por el miedo de sus jefes, este ejecutivo debería ser más valiente”. En el fondo, tengo claro que esa es la historia que me cuento a mí misma para justificar mi dificultad de sostener su emoción. Ellos, simplemente, tienen miedo. Y están en su derecho de tenerlo, y de expresarlo.

¿Y a ti? ¿Con qué emoción tuya te cuesta estar? ¿Qué emociones de otros te hacen sentir incómodo? ¿Y qué historia te cuentas para justificarte?


¿Quieres saber más?

Ponte en contacto con nosotros.

Contacta